sábado, 4 de octubre de 2025

Líneas sueltas

 


No dejaba de mirarla. Amelia se afanaba en dibujar líneas sobre la tierra. Ya tenía hecho un gran cuadrado y ahora iba y venía, cargando pequeñas piedras. Álvaro la veía como una hormiguita transportando migas hacia el hormiguero. La tarde era templada; los rayos acariciaban sus piernas mientras las hojas otoñales se arremolinaban en el suelo.

Cuando terminó su construcción, la niña se quedó inmóvil, contemplándola, absorta en otro mundo. El anciano, curioso, se levantó y avanzó hacia ella con paso vacilante.

—Hola, pequeña. ¿Qué es eso?
—¡Hola! Es una trampa para las líneas. He capturado muchas esta tarde. Ahora me tengo que ir… y me preocupa que alguien las libere.
—¿Por qué?
—Porque le sucedería algo horrible a esa persona.

Sus ojos brillaron de emoción al atrapar una idea al aire.
—¡Ya sé! Tú podrías ayudarme. ¿Lo harías?
—Ya lo creo, pequeña. ¿Qué tendría que hacer?
—Pues, como ya casi me tengo que ir, podrías quedarte aquí vigilando hasta que no haya nadie más en el parque.
—¿Sólo eso?
—Sí, solo eso.
—Y… ¿qué pasaría si alguien liberase las líneas?
—Pues que lo perseguirían hasta volverlo loco.
—Caray, mala cosa es esa. ¿Y no podría esa persona defenderse?

Amelia se quedó pensativa. Después de un rato, habló:
—Podría rechazarlas siempre que no las siga. Es cuestión de tener maña y una caja a mano para volverlas a encerrar, antes de que alguna le prenda en la cabeza.

A lo lejos, una mujer llamó a la niña. Amelia se despidió de Álvaro corriendo, no sin antes asegurarse de que él se comprometía a custodiar las líneas. Cuando se quedó solo, sonrió. Se sorprendió a sí mismo siendo cómplice de la imaginación de una niña. “¡Caray!, cosas de niños”, pensó.

No conforme con esto, con un pie rompió la barrera de piedrecitas hasta dejar una calle abierta en la construcción. Dudó un instante, pero al final se marchó a casa. Ya atardecía y el frío entumecía sus articulaciones.

En casa, se puso cómodo y se preparó una taza de chocolate caliente para escuchar su programa de radio favorito. Nada más sentarse, sintió en la cabeza un tropel de ideas locas. Cerró los ojos y las vio: líneas que lo acosaban con preguntas incesantes.
“¿Te gusta más frío o caliente? ¿Quieres levantarte o seguir sentado? ¿Deportes o noticias? ¡Decídete! ¡Decídete! ¿Sándwich o ensalada? ¡Decídete! ¡Decídete!”

El anciano se incorporó sobresaltado. Recordó las palabras de Amelia. Corrió a su habitación, perseguido por preguntas que brotaban en cascada. Las esquivó, una tras otra, y buscó a toda prisa una caja. Encontró una, llena de recuerdos. La vació y, con total concentración, fue encerrando en ella todas esas líneas interrogantes que lo mortificaban. Cuando cerró la tapa, su cabeza volvió a llenarse de silencio.

Sonrió.
“Cosas de niños… ¿verdad, Álvaro?”

@ana.escritora.terapeuta

Suscríbete para recibir notificaciones de nuevas publicaciones

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Líneas sueltas

  No dejaba de mirarla. Amelia se afanaba en dibujar líneas sobre la tierra. Ya tenía hecho un gran cuadrado y ahora iba y venía, cargando p...